Desde los inicios del barrio, allá por los años 60, la plaza de San José Obrero se entendió como un lugar de convivencia y de reunión, convirtiéndose de inmediato en un espacio público con enorme vida y actividad, probablemente la plaza con más sentido de plaza como espacio de reunión pública de toda la ciudad.
Con el paso de los años, la plaza ha sufrido un notable deterioro, tanto en su pavimento como en su mobiliario.
Se trata, con esta remodelación, de devolver a la plaza el carácter público, potenciando una zona de reunión y actividades libre de obstáculos, a la vez que se sitúan unos bancos en el extremo oeste para sentarse a charlar, observar o esperar.
El diseño general de la plaza se supedita a la diagonal que la atraviesa, diferenciando los dos tipos de adoquín que forman su pavimento. Esta diagonal se encuentra con el contrapunto de unas líneas maestras ortogonales, definidas por unas losetas de granito que concluyen en un banco que quiere "salir" del suelo. Esta línea de bancos conforma la franja "estática" de la plaza, en su parte oeste, donde la gente se siente a charlar los días de verano, a la sombra de los frondosos árboles que se respetan.